El acero traspasó
todo aquello en dolor
y su cuerpo cayó
sobre el charco de dolor.
Ahí empezó,
ahí terminó
en medio de su
propia confusión.
Grito desesperante
que no escuchó nadie
y del que ni siquiera
atestigua el aire.
Solo con su sangre
que cae y le cae,
la hoja afilada
cortando su carne.
¿Había hecho mal,
había hecho bien?
Para juzgarle sin amar
yo no soy quien.
De Los Ángeles
No hay comentarios:
Publicar un comentario